Tuesday, March 31, 2009 1 comments

un faro en Kibera

Hace una semana viajé a Nairobi por trabajo y tuve la oportunidad de adentrarme en el slum más grande de África y uno de los más grandes del mundo.Kibera,
la república de la miseria
con casi 1 millón de habitantes. - superfície: 250 hectáreas. - densidad: 2000 personas por hectárea. (1500 personas viviendo en un campo de fútbol) - la mitad de los habitantes tienen menos de 15 años. - más del 15% de la población tiene el virus del sida. (MSF) - 80% de los jóvenes están en paro. - formada por 12 pueblos, cada uno distinto en población y tamaño, topografía, cultura, etnias y religión. De la mano de la presidenta de África Digna, Mercedes Barceló, nos adentramos guiadas por Moises Oduor en el claustrofóbico e imperfecto laberinto que es Kibera. Hace meses que no llueve, la sequía vuelve a azotar el país. La basura mezcla de plásticos, deshechos orgánicos y pedazos de objetos indefinidos se acumula a nuestro paso. El olor es muy fuerte y desagradable, orina concentrada. Nos detenemos, ya hemos llegado. Moises y cuatro voluntarios más forman "ST. MAC's", un dispensario equipado con un ecógrafo que les ha cedido un centro religioso. Uno de ellos es médico y el resto asistieron hace un año a un curso impartido por el radiólogo catalán Dr.Albert Bossy de manera totalmente altruista. Presenciamos dos ecografías en dos pacientes distintas y nos explicaron minuciosamente los detalles del funcionamiento del centro. Es el único dispensario de Kibera que dispone de un sistema de agua corriente, imprescindible para mantener las condiciones de higiene. el equipo de voluntarios del centro "ST. Mac's" Moises con el hijo de una de las pacientes un ingenioso sistema para poder tener agua corriente en el centro. Tras la visita al centro "ST. Mac's" Moises y Jackson nos acompañaron a dar una vuelta por el interminable laberinto para que pudieramos conocer mejor el entorno en el que trabajan. Desgraciadamente las imágenes se quedan muy cortas. Hay que pisar un lugar así para entender que se trata de un submundo abandonado a las afueras de una de las ciudades más importantes de África. Cuando subes hacia la vía del tren que traza uno de los límites del slum, miras a lo lejos y lo único que puedes ver son techos de ojalata reflejarse en el horizonte, el corazón se te encoje y te das cuenta de que hace falta mucho valor para despertarse cada día y sumergirse en este mar de miseria con la esperanza de devolverles una parte de la dignidad que un día perdieron, un día en el que abandonaron sus pueblos en busca de una vida mejor en la capital.
Tuesday, March 10, 2009 6 comments

Máquina o no máquina, esa es la cuestión (parece...)

Esto es un llamamiento desesperado. + Estamos trabajando en el logotipo de la marca. - Creeis que deberíamos mantener el imagotipo de la máquina de coser antigua? nos ha acompañado desde el principio y habla de este proyecto. - O arriesgarnos y apostar por el nombre solo? no debemos olvidar que es una marca de moda para mujer. - O por un imagotipo diferente, cual?? Ahí lo dejamos caer...necesitamos vuestra ayuda!
Sunday, March 1, 2009 3 comments

Sólo se que no se nada.

Un chico ruandés que conocí ayer por la noche intentaba explicarme entre botella de agua y cerveza cómo funciona África. “(…) en África el que tiene más está obligado a repartir. A veces es solo la Comunidad familiar, los amigos, los amigos de los amigos pero en muchas ocasiones son desconocidos en un bar un viernes por la noche que sencillamente saben que ganas – o tienes - más dinero que ellos. (…)” Es este patrón social el que determina el estatus y el poder de un africano en su sociedad y el que le condena de por vida a dar a aquellos que tienen menos. Nada tiene que ver con “altruismo” pues no es un acto voluntario sino un acto “obligado”, una convención social. Y de este modo se agrupan y se encadenan entre ellos pues siempre habrá alguien por encima que tenga más que tú y alguien por debajo que tenga menos. Y esta es una de las bases de su complejo tejido social. Si tuviera que etiquetarlo, lo haría como una especie de capitalismo-comunista. Tener más te convierte en alguien pero te fuerza a repartir sin límite de gasto preestablecido. Recibir te hace dependiente y de algún modo te conviertes en un mendigo socialmente aceptado. Lejos de juzgarlo desde una óptica Occidental te planteas que ciertos valores morales sencillamente funcionan de manera distinta. No por ello incorrecta. Y mientras mi nuevo amigo estuvo sentado en una mesa charlando conmigo recibió en cuestión de tres horas la intrusión de por lo menos seis individuos – hombres y mujeres indistintamente – que se le acercaban como lo haría en Europa un amigo al que hace tiempo que no ves y te alegras de abrazar. Por debajo de sonrisas y palabras en kinyarwanda, francés e inglés (que es el último grito) se deslizaba de un lado a otro un billete – sigiloso pero decidido – que acabaría en manos de un camarero a cambio de una cerveza aquella misma noche. Confusa, le pregunté si eran amigos. Ingenua! debió pensar. Era la primera vez que los veía en su vida. Y en su cara había orgullo porque dar significa ser alguien al que otros necesitan y del que de algún modo dependen. No era una relación llana sino claramente jerarquizada e impalpable para el ojo ajeno que en este caso era yo. No había un ápice de diferencia aparente entre las dos personas. Algo me rondaba la cabeza y le hice la pregunta. - “¿Qué pasaría si un día se acercara uno de estos desconocidos y no quisieras darle nada? - “Tendría problemas.” - me respondió. “Esto funciona así Inés. Si tienes y no das la gente te acabará odiando así que mientras sean educados los saludo, finjo que nos conocemos y les invito a una bebida o les pago un taxi de vuelta a su casa. Así es como nos ganamos a la gente aquí, es una manera de hacer amigos.” Y entonces se inclinó hacia mi y me pregunto si quería otra botella de agua. Asentí y le di las gracias por invitarme a lo que añadió: “en África no tienes que dar las gracias a alguien por invitarte a una bebida”. Y mientras observaba a mi nuevo amigo sentada en un tamburete de madera con mi inseparable botella de agua bien agarrada en la mano me daba cuenta de que hace falta algo más que una intermitente vida en Ruanda para entender una cultura tan compleja. Aquella noche me sentí muy pequeña y alejada de un mundo que cuanto más conozco, más me cuesta entender y más respeto me impone.
 
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