Por dónde íbamos...ah sí! la mudanza.
Avi, tendrías que haber visto nuestro diminuto y viejo 4x4 (Suzuki Samurai del 1989) al frente del convoy guiando la operación mudanza. Desde el retrovisor, veíamos nuestra montaña de efectos personales tambalearse de un lado a otro. Yo iba de copiloto con una misión muy clara; aguantar una tele, un par de lámparas y 6 delicadas copas de vino entre la falda y los pies. A esto sumamos no quitarle jamás el ojo a la furgoneta por si entre bote y bote alguna de nuestras improvisadas bolsas de mudanza decidía darse a la fuga. Cada bote era un pequeño suplicio mental porque no podía dejar de repasar mentalmente lo que iba subido a esa furgoneta (es decir, lo poco que recordaba) imaginando el millón de piezas que podían descomponerse.
Algo que nunca prevés en un país así es lo complicado que puede llegar a ser hacer paquetes mínimamente dignos sin: a) bolsas de plástico (prohibí das en el país) y b) cajas de cartón de sobras (tuvimos que echar mano de todas las provisiones guardadas durante el año). Al final te ves envolviendo “la chatarra” en una sabana como hace Pingu cuando se va de excursión pero tamaño XXL. Un par de nudos caseros y pa’lante.
Un gran suspiro. Ahí estábamos, en nuestra nueva casa por fin. Agotados, le dedicamos un aplauso a la operación. Una casa, una oficina y un taller estaban a salvo tras dos duros días de trabajo.
En ese momento, en el que creías que lo más duro ya estaba hecho te acuerdas de Mary Poppins y le pides a Dios, a los astros o a quien sea que te esté oyendo desde ese remoto rincón de la tierra que con un chasquido de dedos las cosas se vayan colocando en su sitio. La montaña es infinita. Por mucho que mueves, arrastras, desempaquetas las primeras cosas, tienes la fuerza de un mosquito y parece que los bultos se multiplican como setas.
(continuará...)
Photograph by Roberto Neumiller. An army of migrant workers from some of Africa's poorest states make their way home from oil-rich Libya on the back of a lorry.