Anochecer inocente y despertar culpable. Esa es la inestabilidad de los ruandeses. Ser “wasungu” (extranjero,blanco) no ayuda. Yo ya no soy la espectadora y pasajera que atravesaba ajena el país hace un año, ahora soy aquella cara pálida que se cruzan intermitente delante de la ferretería, papelería o supermercado; soy un peón más. Debo trabajarme a pico-pala la confianza de mi barrio.
Ayer entró sigiloso un individuo, descuidando su invitación en casa y con la inquilina barriendo el vestidor. Tentado por la apriencia futurista de mi teléfono “tomó prestado el aparato” y se dio tocatta y fuga. Con su fuga fuimos todos detrás escandalosos, tras las escasas pistas que había dejado a su paso. Acabamos en comisaría con sospechosos varios y teorías pendientes de un hilo.
El taller sigue avanzando sin discreción. Plisados eternos, volúmenes inflados a soplo, rojos estridentes, azules de cielo... son los prototipos que guiaran estas creaciones acunadas cada día entre manos aterciopeladas y precisas. Se acerca el salto mortal de la producción y hay que acabar de mover tejidos y apliques. El circo esta a punto de empezar y estamos prevenidos. Mi mitad, la que está más aquí que allí aunque físicamente lejos (muy lejos) está embarcada ya en mente. Te esperamos infinitos de impaciencia.
A CARGO DE mi incondicional amigo Emanuel (también mi profesor de cocina, lengua kinyaruandan, practicante de delicadeza y aspirante a turismo):
Menú de esta noche: Fusiles con crema de queso cheddar y ensalada tricolor (aguacate, tomate y zanahoria)
Consigue que cada proceso cotidiano sea una vocación, una plegaria.
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mille collines
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