Un día en Ruanda subes feliz con tu samurai azul metalizado por la colina principal que lleva al centro de la ciudad y de fondo suenan las noticias en kinyarwanda en una emisora muy local. Sólo logras entender palabras sueltas por lo que al final, con un sol tenue justo enfrente, te abstraes y entras en un estado de letargo muy agradable.
De repente, oyes algo que te despierta de un golpe brusco...
"Aserejé, ja deje tejebe tude jebere
sebiunouba majabi an de bugui an de buididipí (x3)"
Y es que en Ruanda, Barcelona o Islandía, "Aserejé" no significa nada que podamos relacionar con nada pero es precisamente esa nada la que nos une en ese espacio y en ese tiempo. En el coche de al lado, un taxista con boina de pana y gafas "ray-ben" mueve la cabeza a ritmo de "Aserejé" y da palmadas contra el volante emocionado. Le miro mientras siento por dentro que estoy más cerca de casa en un país que vive los domingos a ritmo de canto gospel, que llena las plazas de colores y pick-ups los sábados de boda, que grita "Umba" casi ofensivamente para decirte "Oye!" y cuya gente ríe nerviosamente aterrorizada cuando paseas por la calle con tus perros.
Aún así y aunque a veces pediría un saco de paciencia en vez de uno de arroz en el supermecado de la esquina, la cultura tiene más barreras si nos empeñamos en levantarlas.
El sábado pasado José Luis y yo visitamos por primera vez la obra hidráulica que la empresa española Espina está construyendo desde hace 2 años en Kigali. Si todo sale como está previsto en 6 meses la capital doblará su capacidad de distribución de agua a las diferentes zonas de la ciudad.
Aquel era un día especial. Se celebraba con brochetas, cerveza y patatas fritas que el gran depósito de agua está practicamente terminado. La mayoría de los trabajadores de la obra estaban ahí reunidos ese día, muchos de ellos probablemente llevan meses sin probar una brocheta, la impaciencia y la emoción se palpaba en el ambiente. Muy al estilo ruandés la furgoneta del restaurante apareció 4 horas tarde y empezamos a comer hacia las 15 horas. Con el despliegue de comida y bebida (incluyendo cerveza, ese bien tan preciado...) los bailes empezaron muy rápido. Bailes a ritmo de cantos y de una caja de ojalata agujereada con arroz dentro.
Aquel día nos dimos cuenta de que el valor del trabajo bien hecho no solo es el de formar un equipo cuyo engranaje funcione sino además, el de poder respetar que aquellos que pondrán las primeras piedras nunca fueron enseñados para ello.
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mille collines
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